El término acompañamiento ignaciano proviene de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, cuando se refiere a “la persona que da a otro modo y orden para meditar o contemplar” (e. g. Anotación 1, 2), con el fin de, así, apoyar y orientar tanto la reflexión como la oración de “la persona que contempla” (e. g. Anotación 1, 2); además, de ayudarla a discernir las mociones divinas. Es decir, es la persona que dispone al ejercitante a analizar el origen de esos movimientos internos del espíritu, para tomar las decisiones adecuadas en su vida (Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, 2008).
El verbo acompañar viene de compañía y, a su vez, compañía se deriva de cum panis que significa compartir el pan (Corominas, 1987). El acompañamiento simboliza estar o ir en compañía de otro, participar en los sentimientos de otro, ir al lado. Esto sugiere una actitud de reciprocidad, una experiencia de intercambio y mutuo crecimiento (Martínez, 2009). Por tanto, es un acto de misericordia y esperanza, de acogida y animación, que nos hace partícipes del camino del otro, respetando su personalidad individual en cada situación existencial.
El acompañar es simplemente estar presente. A veces no es indispensable hablar, ni hacer algo especial; lo importante es comunicar al otro la propia presencia, dispuesto a aconsejar, sin exigir nada, dando la libertad de escoger. Este es el verdadero significado de acompañar en el contexto de la espiritualidad ignaciana.
En tal sentido, ser un acompañante escolar o universitario, representa compartir la vida, sentir en clave fenomenológica los significados existenciales del acompañado, con el afán de poder, de esta manera, discernir lo que más conviene para el aconsejado, en las diferentes situaciones o momentos de la vida. La función de la persona que acompaña es ayudar al estudiante a mirarse con objetividad, desde su propia subjetividad, desde sus propias experiencias vitales; además, poder valorar, significativamente, a quienes le rodean y a su propio entorno, aunque la mirada sea agradable o quizás dolorosa… y es ahí donde el acompañante debe saber qué decir y cómo confortar. Por tanto, ese acompañante debe estar preparado para escuchar con reverencia cuando el otro abre su corazón y descubre su intimidad, estableciendo con el acompañado y el acompañante una relación de libertad.
Extracto de "El acompañamiento ignaciano en el siglo XXI"
María Angélica Arroyo Lewin y José Ángel Bermúdez García
Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE)
Facultad de Ciencias de la Educación (Ecuador)