Dos libros recientemente publicados: “Dios, la Ciencia, las Pruebas”, de los autores M. Y. Bolloré y O. Bonnassies y “Nuevas evidencias científicas de la existencia de Dios” de Jose Carlos González-Hurtado, presididos por una impresionante repercusión en los medios, han colocado de nuevo en la palestra el antiguo diálogo entre la ciencia y la fe.
Juan Pablo II, afirmaba a este propósito en 1987: “La ciencia puede purificar a la religión de errores y supersticiones, la religión puede purificar a la ciencia de su idolatría y falsos absolutos”. Entre las dos cosmovisiones, la científica y la religiosa, la epistemología, juega el papel de puente purificando los conceptos e imágenes de Dios y de las ciencias.
El libro de Bolloré ampliamente documentado, con una puesta al día de los últimos avances en cosmología, física, biología y con una exhaustiva aportación de testimonios de científicos, adolece, sin embargo, de serias deficiencias epistemológicas. Hay una profunda confusión: Dios “el Misterio silencioso, absoluto, incomprensible” (K. Rahner), que evoca un horizonte incondicionado, no puede estar al final de ningún razonamiento, Dios no es susceptible de ninguna prueba. No es los mismo afirmar que la fe en un Ser transcendente es razonable, la vernunft Glaube que reclamaba I. Kant, que la existencia de Dios se pueda demostrar por las ciencias.
Todo lo más tanto la obra de Bolloré y Bonnassies como la de González- Hurtado son una magnífica exposición del argumento teleológico. -o quinta vía de santo Tomás-, es decir la admiración ante el orden encontrado a todos los niveles del universo, y consecuentemente a una fe razonable, pero no a una demostración. Así como la ciencia ha purificado muchos de nuestros preconceptuales e imaginarios religiosos en nuestra concepción de la creación, el pensamiento religioso puede purificar las imágenes absolutas del cientificismo radical.